Novela 2025
Hay días que se hacen largos. No sabes muy bien por qué, pero así es. Son días que no son de 24 horas, si no de 36, 48, 72… Como si el tiempo corriese de otro modo, como si pareciese que los días son semanas, y que las semanas son meses. Y sin embargo, cuando observas el calendario te percatas de que no, no son meses, semanas, días, si no que es la percepción que tenemos el tiempo lo que lo cambia todo.
Pablo cavilaba en su casa en todo esto, mientras escuchaba una canción en bucle de Van Morrison. Era Moondance, sí, seguro que era esa canción, aunque lo que no sabemos es si en la mente de Pablo sonaba Moondance o, tal vez, Brown Eyed Girl, o pueda que fuese Into the Mystic. A él le pasaba en muchas ocasiones esto. Conocía todas las músicas, y unas le evocaban a otras, y en su ensoñación, todo era lo mismo, Rythm & Blues, Soul que se le metía por el cuerpo. Nada más. Así pasaba las noches.
Así también pasaba los días, como si la vida de Pablo fuese una película en la que él solo podía elegir la banda sonora. O, tal vez, ni eso. Uno tiene esa sensación a veces. Que todo está predeterminado, que no puedes escoger apenas nada. Que las cosas son como son, y que tú eres una marioneta en manos de alguien que no sabes quién es, pero que te controla. Por otra parte, sin embargo, puede que esto ayude a veces. Sobre todo, cuando tienes que ordenar a alguien que dispare o, sin llegar a tanto, sencillamente cuando influimos en la vida de los demás, de los que nos rodean. Quién sabe. Vivimos en un sueño, en una ensoñación que no es otra cosa que nuestras vidas. Pero sí, sería más fácil imaginarlo. Con música de Van Morrison o hasta de Iván Ferreiro o Xoel López. Él, Pablo, quería pensar esto, quería intentar aceptar la realidad dada, como si él no fuese más que un mero ejecutor de una voluntad si no divina, sí predeterminada. Esa voluntad que hizo que él fuese designado por el Directorio Militar como un agente de corrección social, sin margen para otra cosa que acatar órdenes superiores. Él, un oficial del Directorio, encargado de hacer justicia. Nada más.
En el trabajo todo iba bien, no había nada que se saliese de la norma, del camino establecido. No, no era nada personal, él hacía lo que tenía que hacer. Acaso no es lo que hacemos todos, se preguntaba. Vivimos en una estructura social que no nos deja margen, que nos lanza hacia delante, sin tiempo para pensar, que propicia el presente y un futuro que fue escrito por otros. Y nosotros, como si de un contrato se tratase, solo lo podemos cumplir. Solo eso, cumplirlo. Unos están de un lado y otros, del lado contrario. Nada más que eso.
Pablo no era un hombre que bebiese mucho alcohol, si acaso en las fiestas, por la noche, una copa, pueda incluso que dos o tres cuando estaba celebrando algo, pero nada más. Sin embargo, ahora, todos los días cuando llegaba a casa lo primero que hacía era poner música, y coger una botella de whisky y servirse una copa. Y otra copa. Y otra copa. Era el signo de los tiempos. Y cuando bebía no podía dejar de pensar en Silvia, y en cómo todo se había echado a perder. No había vuelto a saber nada de ella, justo en el momento en el que todo estaba yendo tan bien, justo en el momento en el que las cosas parecía que empezaban a cambiar. Silvia, su pareja, había desaparecido. Una discusión absurda y como el gato de Cheshire se esfumó de repente. Sin embargo, en su mente todas las noches volvía a aparecer.
El mundo es extraño. Las personas desaparecen físicamente, pero curiosamente siguen presentes, en nuestras mentes, como si nunca hubiesen muerto, como si nunca hubiesen desaparecido. Y en la mente de Pablo, se acumulaban muchos gatos, muchas evocaciones que, siendo inexistentes, por el mero hecho de evocarlas, existían. Pablo no podía explicarlo, y además de qué serviría. A quién le podía explicar él que hablaba todos los días con Silvia, y que todos los días le iba contando sus peripecias, como si un monólogo se fuese alargando en el silencio de su casa, en su biblioteca…
Porque su vida cada vez era más solitaria, aunque las voces de su mente se mostraban a cada momento más claras, más nítidas.
Y de repente, con un clic todo quedó en silencio y en oscuridad.
Pablo dejo de oír la música de Van Morrison, y las luces se apagaron al instante. Se levantó muy despacio, y sabiendo lo que había pasado hoy, se acercó a la ventana y miró hacia la calle en silencio, donde no se veía nada. Sabía que habían vuelto los apagones, y como un autómata se acercó la esquina del salón, y encendió un alternador autónomo que le permitió recuperar la electricidad de su casa. Y volvió a sonar la música, y con la música, volvieron las voces, y volvió Silvia a su cabeza, como siempre, y por fin tomó una decisión. Quería saber de Silvia, y comprender su silencio, y así convertir a su fantasma en algo real.
Cogió el ordenador portátil del Directorio, y decidió buscar a Silvia. Sabía dónde trabajaba y lo que tenía que hacer, y tecleó sus datos. En la época actual ya no había secretos para el Directorio Militar, pero él hasta ese día había decidido contener sus deseos de saber, porque saber casi siempre es la clave de la infelicidad, del desastre. Silvia, desastre, saber…