Volviendo a la realidad (capítulo 22)

Novela 2025

Después de la reunión en el Fontefría, Silvia volvió a casa en un coche rotulado de la policía del Directorio. No supo cómo, pero cuando se despidió de la gente de la resistencia y de Camilo, le dijeron que no se preocupase por el toque de queda, que vendrían a buscarla y que llegaría a casa sin ningún sobresalto. Ella tampoco dijo nada, solo movió la cabeza afirmativamente y esperó mientras el resto recogía los documentos y la información de los objetivos contra el Directorio Militar. Le explicaron que estuviese preparada cuando viniesen a buscarla, para que el coche no parase demasiado tiempo enfrente del bar, que podía parecer extraño, sospechoso.

Así fue. Un mensaje en el teléfono para que saliese enseguida. Una sonrisa de despedida y un beso robado a Camilo, y casi sin tiempo a nada más, ya tenía el coche fuera aminorando el paso para recogerla. Efectivamente, era un coche rotulado del Directorio Militar. No quiso ver quien conducía. Se sentó atrás como le dijeron. Ellos ya sabían dónde tenían que dejarla. Mientras tanto, en su cabeza se van acumulando imágenes, conversaciones, sensaciones. Sí, se alegró de estar con Camilo, pero lo de la resistencia le pareció muy fuerte. Sin saber muy bien cómo, formaba parte de algo muy grande, un grupo de personas que le estaban plantando cara a la dictadura, al Directorio Militar, que estaban intentando que cambiasen las cosas, y con todas las consecuencias. Tal vez fuese eso lo que más le impactó, la idea de que estarían dispuestos a lo que hiciese falta para que todo cambiase, para que la dictadura y los abusos acabasen. Siempre lo había pensado desde que la democracia ha sido derrotada por el golpe militar. Había que hacer algo, había que parar esta locura que se había ido imponiendo en toda la sociedad. Pero ahora tenía dudas, no pensaba que todo fuese tan en serio, y que esa idea tuviese consecuencias, incluso a veces muy amargas.

De repente el coche se paró. Silvia miró por las ventanas del coche, y vio que el vehículo estaba detenido unos metros antes del portal de su casa. Inconscientemente, recogió lo que llevaba sin mirar a los conductores, por las luces tintadas que separaban los asientos delanteros de los traseros. Dio las gracias en voz alta, abrió la puerta y salió hacia el portal de su casa. Un paso, dos pasos, tres, cuatro, cinco pasos hasta llegar a quince, justo donde se paró para buscar las llaves y abrir el cierre de seguridad. Cuando estaba cerrando la puerta, observó que el vehículo había reiniciado de nuevo su marcha.

Entró por la puerta y encendió las luces de casa y dejó las llaves por dentro, en la cerradura, para que nadie pudiese entrar. Sí, estaba nerviosa. Se sentía de repente más insegura que cuando tomó conciencia de que la dictadura se estaba imponiendo, y cuando empezaron a desaparecer personas. Fue como si esas horas que estuvo en la despensa del Fontefría, le abriesen los ojos para volver a la realidad, para percatarse de que nunca había estado segura, y que ahora después de lo que había visto, ya no había vuelta atrás. Ella solo había quedado con Camilo porque tenía ganas de verlo, porque le gustaba ese hombre y quería compartir con él la sensación de vivir en una dictadura e incomodarse por ello, quejarse por la quiebra de democracia y por la reducción de las libertades. Nada más. Sin embargo, ahora el problema era que todo había ido más allá, por lo menos, de lo que ella hubiese querido al principio, de lo que quería ahora.

-No, no sé si quiero participar en esto. No sé si me apetece dejar mi espacio de libertad y de comodidad, para embarcarme en algo para lo que seguro que no estoy preparada, y que como casi siempre, no tiene visos de acabar bien. No sé si se lo debo decir a Camilo claramente, o si lo mejor sería apartarme discretamente para no levantar sospecha. Tengo un buen trabajo, vivo bien, y qué necesidad hay de liarse con todo esto. Esto se parece mucho a hacer política, una actividad por la que nunca he sentido un especial interés, un especial respeto. Sí, debo hablarlo con Camilo, y si le parece mal, pues que le parezca mal. Yo no estoy hecha para meterme en política, yo quiero ayudar, nada más, pero no quiero mancharme las manos con atentados, con boicots, con acciones que pueden afectar a muchas personas inocentes y en las que puede haber muertes, casi con total seguridad.

Se acercó a la cocina y cogió un poco de agua que tenía en una jarra en la nevera. La echó en un vaso y la bebió de un trago. Así, dos veces más. Cogió un trozo de chocolate, se metió en la cama y puso el canal de noticias 24 horas sin voz. Subtitulado. Sobre la mesa de noche, un par de libros y una agenda. Como si actuase automáticamente, extendió la mano para recoger un bolígrafo y ponerse a anotar distintas cosas en la agenda. Desde aquí, desde el texto, no sabemos lo que está escribiendo, solo percibimos que Silvia levanta la cabeza como si estuviese pensando en algo que se le escapa, y al momento siguiente vuelve a notar cosas en la agenda. Así durante un buen rato. 

No sabemos lo que es. Sentimos que el ritmo de Silvia se ralentiza, se va haciendo más y más lento. Está cansada y mañana tiene que trabajar. De repente, se para, cierra los ojos y alarga la mano para apagar la lámpara y todo queda a oscuras. Hasta su futuro.

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