Novela.- 2025
Y esperando en el Fontefría, llegó Silvia. Parecía descansada, como si el mundo no fuese con ella. Si observamos la escena desde fuera, parece una ciudad de los años sesenta. Envejecida, descuidada, vieja. En las personas que pasaban por la taberna podías percibir algo extraño. Lejos quedaba ese país donde cada vez había más gente de la misma clase social, o, por lo menos, gente que se podía permitir lujos semejantes. Sin embargo, ahora no. Si alguien pudiese ver ahora un vídeo de 2019 y fuese observando a las personas que pasaban y sus gestos, sus maneras, ya no digamos su forma de vestir, sencillamente su forma de ir por la calle, vería una alegría que, en este momento, apenas cinco años después, se había perdido.
Ahora veías a la gente como caminando todos al mismo ritmo. Para ser más exacto, a los mismos ritmos. Unos pasaban rápido, como si llevasen prisa, y otros pareciera que arrastrasen los pies, que masticaban cada paso, como comprobando que el suelo no se abría debajo de ellos. Y no, no se abría.
Camilo apuró el vaso de vino antes de que se le acercase Silvia, y con un gesto sonriente, le indicó un sitio de la barra donde estaban sus cosas.
-Hola Camilo, qué tal?
-Hola Silvia, dijo tímidamente.
-No entramos dentro?
-Prefiero no entrar, Silvia.
Ella se quedó durante un instante casi imperceptible como sorprendida, pero, claro, no sabía que si entraba tenía que identificarse y dar parte a la aplicación del Directorio Militar. Camilo no dijo nada, pero vio claramente su gesto, se percató de que Silvia vivía tan fuera de la realidad que ni conocía los algoritmos ni las aplicaciones informáticas del Directorio que controlaban en todo momento donde estaban sus ciudadanos.
-Como quieras Camilo, pero aquí casi parece que estamos en medio.
-Ya… Lo que pasa es que si entramos en el bar nos identifica el programa de ubicación del Directorio.
-Lo sé, pero qué importa? Si no estamos haciendo nada raro.
-Ya.
-Tomar una cerveza con un amigo? Qué problema puede haber?
-Ya.
-Ninguno. Ya te lo digo yo. Ninguno.
Camilo no dijo nada, pero pensó qué tal vez como él creía inicialmente, no había sido buena idea quedar con Silvia.
-No le des importancia, hombre, que no la tiene.
El camarero se acercó a Silvia y le preguntó si quería beber algo. Le dijo que una cerveza. Ok, contestó el camarero. Ahora mismo te lo traigo. Y mientras esperaba, se apoyó en la barra al lado de Camilo, que miraba a Silvia con un gesto de secreta perplejidad.
-Entonces, qué cuentas? Cómo estás?
-Muy bien, la verdad, mucho trabajo, pero nada más. El resto va todo muy bien. Y aunque tenga mucho lío en el hospital, en el fondo, se agradece ayudar, y desde que cambiaron los turnos todo va perfecto. Dirán lo que quieran, pero por lo menos ahora con los nuevos gerentes del hospital es más fácil trabajar, hasta para mí que estoy en las urgencias. Al menos no tengo la sensación de hacer trabajos forzados como en los últimos años.
-Tú crees? Dijo Camilo con un gesto de burla.
-Sí, de verdad. Una cosa no tiene que ver con la otra. De hecho, resulta curioso que estando la misma gente, salvo los gerentes del hospital, todo funcione mucho mejor.
-No sé si será tanto.
Se acercó de nuevo el camarero con una cerveza dentro de una bolsa y se la dio a Silvia en la mano. Silvia cogió la cerveza con la mano, aunque miró inquisitiva al camarero y a Camilo, como preguntando por qué le daba la cerveza así. El camarero contestó esa pregunta inexistente, y le dijo que no se podía beber en la calle, y que si alguien quería hacerlo, debía emplear la bolsa y no estar más de cinco minutos, pero por lo del tiempo, les dijo que no se preocupasen.
-En serio que no notas como está todo? Le dijo Camilo tan pronto como el camarero se marchó.
-Sí, no digo que no. Claro que lo noto, pero tengo la sensación de que la gente exagera un poco. Ahora que todo se ha calmado un poco, creo que se vuelve a la normalidad.
-Sí?
-Sí. Yo no percibo nada distinto de lo que siempre ha pasado ni para mí ni para los míos. Es lo de siempre, unos se benefician y otros salen mal parados.
-Puede ser, pero a mi punto de vista es otro y se aleja mucho de lo que tú dices.
-En la vida hay buenos y malos momentos. De qué sirve que a todo el mundo le vaya bien, si a ti, por ejemplo, te echan del trabajo.
-Ya.
-A mí me pasó hace años. Y nadie entendía mi angustia.
-Coincidirás conmigo, que lo de ahora es demasiado.
-Pues no lo sé, la verdad.
Justo en ese momento, sonó el primer aviso del toque de queda. Era el sonido de una sirena, como cuando en Londres avisaban los bomberos en la Segunda Guerra Mundial de los bombardeos de los nazis.
-Y esto? Dijo Camilo, inquiriendo a Silvia.
Ahora fue Silvia la que no dijo nada. Solo se encogió de hombros.
-Y qué pasa si no atiendes al toque de queda? Proceso judicial penal por desobediencia. Hasta cuatro años de cárcel.
Hola Silvia tampoco dijo nada y siguió en silencio mientras Camilo proseguía.
-Y tú de verdad que no ves en el hospital cómo llegan algunas personas? Malheridas, torturadas, casi medio muertas…
-No te voy a mentir, en mi hospital, eso no se da, o por lo menos yo no lo veo. Sí que lo que me cuentas coincide con lo que me había comentado una amiga que trabaja en el nuevo hospital militar. Me dijo que se veía muchas agresiones, y personas que se había metido en peleas, pero que no sabías muy bien por qué, guardaban silencio.
-Pues esa es la realidad.
-Y qué te parecen esas caras? Señalando a las personas que pasaban por la calle. No ves que tienen miedo?
Silvia siguió en silencio, y se quedó mirando a las personas que pasaban. Ya se notaba que apenas quedaba gente por la calle, después de sonar el primer toque de queda, y no se veían niños, solo gente caminando, ahora sí, rápido, sin detenerse siquiera mirar hacia los locales que estaban abiertos.
-Ves? Es esto. Pero espera, va a sonar el segundo toque de queda y es mejor estar protegidos. Con un gesto avisó al camarero que, sin preguntar, cogió una llave y abrió la puerta que estaba enfrente del bar, donde estaba el almacén. Entró Camilo, y Silvia entró detrás sin preguntar.