Novela 2025
Camilo estaba en el piso donde se había escondido por razones de seguridad, cuando alguien llamó a la puerta. Su rostro cambió de repente, como si hubiese aparecido un fantasma. Nadie llamaba nunca, porque nadie sabía que la casa estaba ocupada. O, por lo menos, eso pensaba Camilo, pero lo cierto es que ahora alguien estaba llamando a la puerta.
Mentalmente iba repasando qué personas podían saben que estaba aquí, y las fue descartando a todas por distintas razones. Nadie podía saberlo. Los pocos amigos que conocían este piso, sabían que antes tenían que llamar al teléfono seguro para que abriese. Del resto… no había resto, nadie sabía dónde estaba. Puede que le hubiesen puesto un localizador. Eran discretos y no levantaban sospecha. Puede también que lo hubiesen seguido, pero si fuese la policía, no necesitaban ni llamar ni tan siquiera pedir autorización. Ahora, las autoridades podían entrar en cualquier vivienda, aunque no se estuviese cometiendo delito, si estimaban que en algún momento podría llegar a cometerse, lo que era igual que decir que podían hacer lo que quisiesen.
Volvieron a llamar por segunda vez.
Se levantó, cogió su mochila y el teléfono seguro que tenía cargando, y pensó en coger un arma. Él no tenía armas, además, ni le gustaban ni sabía manejarlas, pero los amigos de la resistencia que le habían dejado el piso, también le indicaron que guardaban armas por si hacían falta. Uno de los armarios, detrás de ropa y ropa amontonada, escondía un pequeño espacio en la pared donde estaban las armas. Pero él no sabía manejarlas, y entonces de qué les servía tenerlas. De nada. No, no iba a coger ningún arma. Y volvieron a llamar por tercera vez.
Camilo estaba de pie, con todas sus cosas preparadas, pero sin saber qué hacer. Estaba en la mitad del pasillo, pensando si había alguna forma de huir. Sabía que no la había. Volvió hacia atrás sin hacer ruido y entró en el dormitorio, se acercó al armario y cogió una pistola pequeña, de calibre 22. Le quitó el seguro. Pensó en avisar a alguien, pero eso no tenía mucho sentido y tampoco serviría de nada.
Muy despacio se acercó de nuevo a la entrada de la vivienda. El silencio era ensordecedor, y el clima, por el calor, agobiante. Llevaba la pistola en la mano metida en el bolsillo derecho de la cazadora. Justo cuando estaba a menos de medio metro de la puerta, volvieron a llamar. Como un rayo, Camilo abrió con la mano izquierda la puerta, mientras sacaba la mano derecha del bolsillo para emplear el arma contra los visitantes no invitados.
Un segundo después, estaba en el suelo de la entrada, inmovilizado bocabajo por una mujer, que no sabía cómo, había conseguido quitarle el arma, lo había tirado al suelo y le había puesto las manos en la espalda. Otro hombre, miraba la escena con distancia.
La mujer se dirigió a ese hombre.
-Ves cómo era necesario comunicarse antes con él?
-Ya.
-Suerte que no tiene destreza con las armas, si no hubiésemos tenido un disgusto.
-La verdad es que no me había imaginado que se atreviese a salir con un arma.
-Pues hay que imaginarse siempre todos los escenarios, así nos evitamos sustos… y desgracias.
Con un pequeño movimiento, la mujer levantó del suelo a Camilo, que seguía de espaldas, y entraron los tres en la vivienda cerrando la puerta. Se sentaron en el sofá, uno al lado de Camilo y la mujer en una butaca justamente delante de él.
-En fin, Camilo, podemos entonces hablar con un poco de tranquilidad?
Camilo no dijo nada.
-No somos enemigos, dijo la mujer.
-No, no lo somos, contestó el hombre.
Camilo miró hacia ellos sin decir nada, como esperando respuestas. La mujer habló.
-Nosotros también estamos contra el Directorio. En todos los lugares se están organizando personas contra esta deriva dictatorial. Desde el franquismo no se había visto una así en nuestro país. Y lo peor, es que ocurre lo mismo en Hungría, Polonia, Portugal, Austria, Eslovenia… Un desastre. Tenemos que hacer algo.
-Sí, tenemos que hacer algo, dijo también el hombre.
Camilo asintió con la cabeza, y el hombre que estaba sentado a su lado, le soltó las manos que tenía atadas a la espalda.
-Decidme, quiénes sois y cómo puedo ayudar.
-Somos la Resistencia al Directorio Militar, y queremos contar contigo. No, es mejor que non sepas ni donde trabajamos ni quiénes somos. Es lo más seguro por si alguno de nosotros cae. Yo soy Diez, y él es Veinticinco. Nada más.
-De acuerdo, dijo Camilo.
-Creo que debemos compartir estrategias, ideas, hay que plantarles cara. Y tenemos que organizarnos. La única forma de hacerlo es con discreción y con cautela. Nunca revelar nada. Para eso, el único modo seguro de comunicarnos es con teléfonos de tarjeta prepago china, que son los únicos que se pueden comprar en el mercado negro, y que no dan información al Directorio.
-Vale.
-Si alguien emplea otra forma de comunicación, o se identifica como de la resistencia, no es cierto. Te lo digo porque en los últimos tiempos se están intentando infiltrar, y no podemos caer.
-No podemos caer, dice Veinticinco.
-Entendido, contesta Camilo.
-Estás con nosotros?
-Lo estoy.
-Entonces, estás dentro.