Novela 2025
-Camilo, soy Silvia, necesito tu ayuda.
-Hola Silvia, qué bueno saber de ti. Cómo andas?
-Bien… Bueno, realmente no tan bien. Por eso te llamaba. Acabo de salir de una guardia en Coruña y ahora estaba por la ciudad y pensé en tomarme algo contigo en Ourense.
Silencio.
-Si? Camilo?
-Si.
-Te perdí. No te oigo.
Camilo guardó silencio voluntariamente sin saber qué decir. Instintivamente, y no muy convencido, contestó.
-Sí, debe de ser que en esta zona no hay mucha cobertura, contestó mintiendo.
-Las redes, desde la última restricción funcionan fatal. Me dices dónde quedamos, que yo no tardo en llegar.
-Déjame pensar rápido, porque tengo un tiempo limitado para hablar en el día, por la última sanción que me pusieron.
-En el Fontefría, por ejemplo, a eso de las 18,00?
-Pues en el Fontefría a esa hora. Además, con el toque de queda es una buena hora.
-Genial, cojo el tren y en 40 minutos estoy.
-Puedes coger un tren?
-Sí, claro.
-A mí también me limitaron el tiempo de deambulación, y aunque quisiera con el precio del tiempo.
-Yo no tengo problema.
-Tengo que cortar, que no tengo saldo temporal.
-Besos.
-Besos.
Y cortaron. Camilo se quedó pensando que no sabía por qué le había dicho a Silvia que si quedaban, porque ni era el día, ni tenía ganas. Estaba superado por todo, y necesitaba descansar. Sentía que su salud estaba flaqueando, y desde que le habían dado el alta en el hospital, la medicación lo había dejado hecho polvo. No sé, parece que, en lugar de mejorar mi salud, estaba empeorando. Como un autómata fue caminando hacia su casa. Unos amigos le habían conseguido las llaves de un piso discreto y vacío que no levantaba sospechas, y que llevaba tres años desocupado. Le habían dicho que el propietario estaba desaparecido, no sabían si había muerto de Covid, o por la vacuna, o por la represión ya tan habitual del ejército, de la policía del Directorio. El caso es que llevaba tres meses quedándose allí, y a su casa apenas iba solo para lo imprescindible.
De nuevo vio que el teléfono no estaba operativo y los pocos mensajes tradicionales que le llegaban, sms, anunciaban conflictos en la frontera sur. La gente estaba tan desesperada que estaba dispuesta a lo que hiciese falta por comida, por medicamentos. Le habían dicho que se acercaban a la frontera en aluvión, y que eran masacrados por el Directorio, hasta que por esa guerra de guerrillas algunos aprovechaban e intentaban entrar por los túneles que habían hecho debajo del muro, pero siempre con cautela, porque había muchas delaciones y esto implicaba que el ejército hacía detonar bombas dentro cando llegaban los inmigrantes. Era cuestión de suerte, la verdad, por lo que le había dicho Basse. A veces, esto era lo importante.
Llegó a casa hecho polvo. De hecho, no sacó ni los documentos de la bolsa. La dejó encima de la mesa, cogió un cigarro y un vaso de agua y se sentó en el sofá cerrando los ojos. Que bien le había sentado ese trago de agua. La tranquilidad de la calle y del edificio, que estaba casi vacío, parecía que le daba más fuerzas que cuando estaba en su propia casa. No tenía sentido. Tiempo después supo por qué, pero en aquel momento no sospechaba nada.
Se puso a cargar el teléfono en un enchufe antiguo que quedaba en la casa y que no tenía restricciones eléctricas y encendió el televisor. Solo había documentales de naturaleza y marchas militares. Y los noticieros eran inquietantes. Estaba todo bien, todo era perfecto salvo algunas pequeñas cosas que podías percibir en las noticias internacionales. Después, la resistencia conseguía pasar información a través del tiempo del canal 24 horas, que a veces evitaba intervenciones y entradas de la policía en pisos francos. Cuando le vino esto a la cabeza, recordó que en el teléfono antiguo que usaban podía haber información, y lo encendió. No tenía Internet, era un viejo Nokia de los de antes, que los que estaban en la resistencia empleaban para comunicarse. Pero no. En este momento en ese teléfono no había ninguna información nueva.
Camilo siguió pensando en Silvia, y la central de la frontera sur de Europa, y las limitaciones temporales, del tiempo, que ahora eran algo más preciado que el dinero. Tenías una limitación de horas y de años, y si, por ejemplo, cogías un tren, o hacías un viaje en avión, te descontaban horas, salvo que tuvieses un pase, o salvo que lo canjeases por una moneda del Directorio Militar que venía ser como un Bitcoin, y que estaba vedado para la mayoría de la población. Ocurría lo mismo con los coches, todos los modernos tenían un controlador que permitía saber el kilometraje que se hacía y que también te descontaban. Tremendo.
En esas estaba Camilo, cuando llamaron a la puerta. Su rostro cambió de repente como si apareciese un fantasma. Nadie llamaba nunca, porque nadie sabía que esa casa estaba ocupada. O por lo menos eso pensaba Camilo.
-Camilo, soy Silvia, necesito tu ayuda.
-Hola Silvia, qué bueno saber de ti. Cómo andas?
-Bien… Bueno, realmente no tan bien. Por eso te llamaba. Acabo de salir de una guardia en Coruña y ahora estaba por la ciudad y pensé en tomarme algo contigo en Ourense.
Silencio.
-Si? Camilo?
-Si.
-Te perdí. No te oigo.
Camilo guardó silencio voluntariamente sin saber qué decir. Instintivamente, y no muy convencido, contestó.
-Sí, debe de ser que en esta zona no hay mucha cobertura, contestó mintiendo.
-Las redes, desde la última restricción funcionan fatal. Me dices dónde quedamos, que yo no tardo en llegar.
-Déjame pensar rápido, porque tengo un tiempo limitado para hablar en el día, por la última sanción que me pusieron.
-En el Fontefría, por ejemplo, a eso de las 18,00?
-Pues en el Fontefría a esa hora. Además, con el toque de queda es una buena hora.
-Genial, cojo el tren y en 40 minutos estoy.
-Puedes coger un tren?
-Sí, claro.
-A mí también me limitaron el tiempo de deambulación, y aunque quisiera con el precio del tiempo.
-Yo no tengo problema.
-Tengo que cortar, que no tengo saldo temporal.
-Besos.
-Besos.
Y cortaron. Camilo se quedó pensando que no sabía por qué le había dicho a Silvia que si quedaban, porque ni era el día, ni tenía ganas. Estaba superado por todo, y necesitaba descansar. Sentía que su salud estaba flaqueando, y desde que le habían dado el alta en el hospital, la medicación lo había dejado hecho polvo. No sé, parece que, en lugar de mejorar mi salud, estaba empeorando. Como un autómata fue caminando hacia su casa. Unos amigos le habían conseguido las llaves de un piso discreto y vacío que no levantaba sospechas, y que llevaba tres años desocupado. Le habían dicho que el propietario estaba desaparecido, no sabían si había muerto de Covid, o por la vacuna, o por la represión ya tan habitual del ejército, de la policía del Directorio. El caso es que llevaba tres meses quedándose allí, y a su casa apenas iba solo para lo imprescindible.
De nuevo vio que el teléfono no estaba operativo y los pocos mensajes tradicionales que le llegaban, sms, anunciaban conflictos en la frontera sur. La gente estaba tan desesperada que estaba dispuesta a lo que hiciese falta por comida, por medicamentos. Le habían dicho que se acercaban a la frontera en aluvión, y que eran masacrados por el Directorio, hasta que por esa guerra de guerrillas algunos aprovechaban e intentaban entrar por los túneles que habían hecho debajo del muro, pero siempre con cautela, porque había muchas delaciones y esto implicaba que el ejército hacía detonar bombas dentro cando llegaban los inmigrantes. Era cuestión de suerte, la verdad, por lo que le había dicho Basse. A veces, esto era lo importante.
Llegó a casa hecho polvo. De hecho, no sacó ni los documentos de la bolsa. La dejó encima de la mesa, cogió un cigarro y un vaso de agua y se sentó en el sofá cerrando los ojos. Que bien le había sentado ese trago de agua. La tranquilidad de la calle y del edificio, que estaba casi vacío, parecía que le daba más fuerzas que cuando estaba en su propia casa. No tenía sentido. Tiempo después supo por qué, pero en aquel momento no sospechaba nada.
Se puso a cargar el teléfono en un enchufe antiguo que quedaba en la casa y que no tenía restricciones eléctricas y encendió el televisor. Solo había documentales de naturaleza y marchas militares. Y los noticieros eran inquietantes. Estaba todo bien, todo era perfecto salvo algunas pequeñas cosas que podías percibir en las noticias internacionales. Después, la resistencia conseguía pasar información a través del tiempo del canal 24 horas, que a veces evitaba intervenciones y entradas de la policía en pisos francos. Cuando le vino esto a la cabeza, recordó que en el teléfono antiguo que usaban podía haber información, y lo encendió. No tenía Internet, era un viejo Nokia de los de antes, que los que estaban en la resistencia empleaban para comunicarse. Pero no. En este momento en ese teléfono no había ninguna información nueva.
Camilo siguió pensando en Silvia, y la central de la frontera sur de Europa, y las limitaciones temporales, del tiempo, que ahora eran algo más preciado que el dinero. Tenías una limitación de horas y de años, y si, por ejemplo, cogías un tren, o hacías un viaje en avión, te descontaban horas, salvo que tuvieses un pase, o salvo que lo canjeases por una moneda del Directorio Militar que venía ser como un Bitcoin, y que estaba vedado para la mayoría de la población. Ocurría lo mismo con los coches, todos los modernos tenían un controlador que permitía saber el kilometraje que se hacía y que también te descontaban. Tremendo.
En esas estaba Camilo, cuando llamaron a la puerta. Su rostro cambió de repente como si apareciese un fantasma. Nadie llamaba nunca, porque nadie sabía que esa casa estaba ocupada. O por lo menos eso pensaba Camilo.