Como siempre, el amor (capítulo 9)

Novela 2025

Pero volviendo a donde habíamos dejado a Pablo, Silvia no estaba muerta, y Pablo lo sabía. Porque la realidad, a veces, se nos hace demasiado dura y preferimos ser cínicos, construir una mentira para justificarnos, una narrativa que legitime nuestros actos. Y para Pablo, Silvia había desaparecido. Sin embargo, ella había vuelto de Madrid, habían estado juntos en casa hasta que con el directorio militar y con el nuevo puesto que ocupaba Pablo, ella no se veía capaz de mirar hacia otro lado.

Toda la familia de Pablo estaba metida en el mundo universitario, todos eran profesores, y este gremio fue el primero en ser militarizado. Se les equiparaba a la condición de Alférez provisional, de oficiales de complemento, con una serie de funciones que estaban sobre todo relacionadas con dirigir cuerpos de orden público, desde la estructura civil del Estado. Por lo menos, así había sido al principio, como ya pasara en España después del golpe de Estado de Franco y del final de la Guerra Civil. Jueces, fiscales, y distintos funcionarios de categoría A1 fueron equiparados a mandos militares en un nuevo cuerpo mixto que “temporalmente” ayudaría encauzar la situación sanitaria del COVID. Inicialmente, esta incorporación era voluntaria, y solo algunos fueron aceptando este cargo y esta responsabilidad, aunque cuando las protestas y la carestía se hicieron habituales, esta movilización fue obligatoria y los que no aceptaban eran separados del cuerpo profesional correspondiente. Se recordaba en la ciudad conocidos jueces y fiscales que no habían aceptado pasarse a las filas del directorio militar, fueron separados del servicio y confinados con medidas extraordinarias. Con todo, el noventa por ciento aceptó, en todas las administraciones. Y fue así como se vio Pablo designado por su hermana, que en aquel momento era Subdelegada del Directorio Militar como Jefe del nuevo cuerpo de seguridad de la policía perimetral.

Sí, Pablo en un gran tirador, había estado en campeonatos gallegos y estatales de tiro con pistola, y esto lo había convertido en un candidato perfecto para ese puesto. No había dejado su bufete, pero él tenía una posición testimonial y solo pasaba para asuntos importantes y reuniones, o para las entregas de los pagos forzosos al Directorio.

Los tribunales habían suspendido su actividad, salvo los penales, o los que tenían un permiso especial, por ejemplo, por una cuestión laboral o de familia. Aunque en estos casos, había que pagar una buena cantidad dinero para conseguir el permiso. Solo la tasa en un despido eran doce mil euros, y en un divorcio treinta mil, y muy poca gente podía pagarlo. Pablo gracias a sus contactos, tenía la posibilidad agilizarlo todo, pagando esas cifras, o mejor dicho recibiendo ese dinero para si mismo en el nombre del directorio. El resto ni eso. Se puede ir que la pandemia, mejor dicho las pandemias, le habían venido muy bien. A él, y a muchos otros.

Paradójicamente, eso lo fue separando de Silvia, porque ella no entendía que él se prestase a todo eso.

-No sé por qué has aceptado ese puesto. Me parece denigrante que te estés prestando a justificar esas conductas antidemocráticas del directorio.

-Ya, Silvia, pero qué podía hacer? Ellos no aceptan un no por respuesta.

-Pues yo creo que sí, pero no tuviste el valor para dar ese paso.

De esa forma comenzaban todas las discusiones hasta que uno se marchaba. La mayoría de las veces era Pablo el que se iba, y ella, Silvia, se quedaba dolida al ver como él se iba transformando. Porque sí, cada vez justificaba más los actos de violencia, porque con cada intervención militar, daba por buenas las falsas investigaciones, las falsas imputaciones de unos y de otros. De los desconocidos y de los conocidos. Así, como si no tuviese importancia. Y cuantas más veces Silvia se lo echaba en cara, él, confuso, prefería siempre guardar silencio, callar. 

Día tras día, y noche tras noche, cuando volvía del trabajo, ya no contaba nada. El gesto de su cara parecía endurecido por los acontecimientos, o tal vez solo fuera por las discusiones que se hacía más pesadas.

Un día en una escaramuza por saltarse el toque de queda murió una persona que era conocida de Silvia. Se llamaba Marga, y cuando se lo comentó desconsolada a Pablo, no pudo soportar más su actitud fría, y se marchó a casa de una compañera.

Cuando Pablo volvió, encontró una nota en la entrada, donde ella se despedía, y le echaba en cara cómo se había ido transformando en un monstruo, como se había dejado llevar por un clima autoritario y viciado. Pero él no podía comprenderla, justamente ahora que tenía reconocimiento público, y que ganaba muchísimo dinero, ella había decidido dejarlo. No alcanzaba a comprenderlo. Recurrentemente recordaba cómo se habían conocido, cómo se habían enamorado, así sin esperarlo y sin ningún sentido. Justo en el momento en que él no esperaba nada, apareció ella para quedarse para siempre. Y ahora pasaba esto, y la palabra siempre no dejaba de resonar en su mente. Se quedó con ganas de decirle muchas cosas para recuperarla, hacerle ver lo que él veía. Aunque ella ya no escuchaba, no era capaz de percibir nada, nada más que el sonido de su propia voz. Tristemente, se preguntaba dónde había quedado el amor de Silvia, porque ahora ya ni siquiera lo sentía.

Aquel día, el día que se marchó, Pablo había llegado tarde porque las nuevas leyes indicaban que los que se saltaban el toque de queda, el confinamiento obligatorio, eran condenados inmediatamente con una Sentencia in voce, al momento y verbalmente, por el superior al mando. Si intentaban escapar se podía evitar la huida empleando armas de fuego, y ese fue el desafortunado accidente que acabó con la vida de Marga. Eso fue lo que ocurrió. Nada más. Pablo llego a mandarle el informe oficial a Silvia para que lo viese, para que tomase conciencia de lo que había pasado. Pero no sirvió de nada, porque ella no volvió.

Lo que nunca supo Silvia es que Pablo había sido el que le había disparado a Marga el tiro de gracia.

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