Novela 2025
Pablo tenía muchas armas en su casa. Con el tiempo había ido acumulando todo tipo de pistolas y fusiles desde que, de adolescente y por influencia de su padre, había comenzado a interesarse por el tiro olímpico. Sí, no tenía sentido, pero Pablo, alternaba el gusto por el atletismo con las competiciones de tiro dentro y fuera del país, lo que le había permitido viajar a lugares que no podría ni haber soñado.
Lo de ser policía vino después, mucho después. Y fruto de una situación en la que toda la sociedad había cambiado, en la que el había sido militarizado casi que por decreto, sencillamente porque tenía un excepcional talento con las pistolas cortas. En fin, la carrera y su condición de abogado le había permitido entrar como oficial de policía, y ahora era el encargado de mantener el orden en un país, en un territorio y en un presente asolado por la pandemia. Todo había ido en picado, todo se había precipitado.
Primero, la salud, después, la economía, y de ahí a la degradación social más absoluta donde solo te podías mantener si tenías suerte o pertenecías a una clase social determinada. Y lo de los derechos y las libertades había sido lo más duro. Algunos aun recuerdan como manadas de fascistas en nuestro país, y en muchos otros, habían empezado a protestar por los confinamientos forzosos para intentar evitar que la enfermedad se extendiese. Parecían animales enloquecidos, y esa violencia social, propició que las autoridades diesen un paso atrás, no se sabe si por miedo, por quedar bien o, sencillamente, por una dinámica social donde esas ideologías no sufrían ninguna limitación. Lo cierto es que en ese momento, todo se descontroló. Comenzaron a morir de nuevo centenares de personas y el Covid se extendió por esos barrios, pero también por toda la sociedad. Ahora la mecha ya estaba encendida, y nadie pudo ya controlarla. En quince, en veinte días, murieron dos mil personas y el pánico se asentó para siempre en toda la sociedad. Hasta ahora.
Los hospitales no dieron abasto, y las muertes paralizaron la economía que ya no se pudo recuperar, y la desesperación y la violencia se convirtieron en moneda común. Desde ese momento, hace ya casi tres años, no se volvió a votar. Había sido muy impactante lo que pasó en Galicia en las primeras elecciones tras el Covid-19. Votaron solo un veinte por ciento de la población, no llegaron ni a un millón de personas, y las autoridades no supieron qué hacer. Y desde luego las decisiones tomadas crearon más violencia y más confusión, puesto que no se les ocurrió hacer otra cosa que crear un directorio militar y policial dirigido desde un parlamento gallego que tenía setenta y cinco escaños, y cincuenta y dos eran del mismo partido.
Lo de Baltar vino después, poco tiempo después. Evidentemente, fue consecuencia de un desastre social en el que los derechos y las libertades de la ciudadanía habían desaparecido barridos por el viento. Algo así como lo que ocurrió con el nazismo de preguerra en Alemania o en España. Y tampoco nadie estaba preparado, nadie sabía cómo responder, y así pasó lo de Baltar, cuando un buen día, en un periódico, apareció un anuncio en blanco a media página donde solo aparecían tres palabras: Matar a Baltar.