Yo soy Áurea Soto, yo soy Pachi Vázquez, yo soy Rogelio Martínez… No, claro que no. Y tampoco soy Bárcenas ni Correa ni Urdangarin, ni siquiera la hermana del rey Felipe VI. Porque ellos, todos, están imputados, procesados y ya veremos si finalmente condenados.
Sí, debemos reconocer que no son iguales unas acusaciones que otras, pero uno tiene la sensación de que en los últimos años la cosa pública está llena de personas que no entienden lo que es el servicio público. Que no entienden que ser político implica humildad, respeto, trabajo y sacrificio no por los intereses personales, sino por el bien común. No para vender motos, periódicos o para cobrar comisiones.
La política es el arte del buen gobierno, y los que tienen esta tarea deben dar ejemplo. No se debería precisar un código ético, que los partidos aplican simplemente por estética. No se debería aceptar que ningún representante público se mantenga en el poder si está imputado, y esto sirve tanto para una edil, como para un delegado, un diputado o un presidente de una diputación. Tampoco se debería aceptar que las imputaciones y desimputaciones en los Tribunales sean en demasiadas ocasiones frívolas o interesadas.
Sucede que los políticos son el reflejo de los ciudadanos, y nosotros, los ciudadanos, sabemos que en los últimos tiempos las cosas, más allá de ideologías, están mal, muy mal.
No hay nada más que leer la declaración del ex gerente del PP de Ourense, Emilio Pascual, no hay nada más que leer el escrito de la Fiscalía anticorrupción en el caso Gürtel.
Mientras tanto, debemos agradecer que unos y otros nos muestren lo que es la mala política, la perversión en la actividad pública, el olvido de la conducta virtuosa, aquella que en las artes y en la arquitectura escondía siempre la Proporción Áurea.