Hace unos días murió Ulrich Beck, prestigioso sociólogo alemán especialista en la globalización y en los cambios de nuestro mundo. Obviamente, este hecho pasó desapercibido entre la cantidad de información que manejamos, porque ahora lo que importa es consumir información, y no que esa información sea de calidad. Infotainment o información, esa es la cuestión.
También hace poco varios intelectuales se hacían eco de la vigencia de un escritor ourensano, José Ángel Valente, quien para mí es uno de los mejores poetas del siglo XX y un perfecto desconocido en nuestro país.
Mientras tanto, en el día a día de nuestra ciudad, de nuestra geografía, contemplamos asombrados los sucesos de París, los asesinatos en la redacción del Charlie Hebdo, pero nos preocupamos por bobadas como la paternidad de Juan Carlos, nuestro rey descabalgado, y por una política que parece antipolítica.
Estas son las conversaciones y las charlas con los amigos en la calle, en los cafés. Y es justamente en esa intrahistoria donde nace, donde debe nacer, nuestra democracia, nuestra conciencia cívica. Sin embargo, nosotros tenemos un problema que explicó muy bien nuestro escritor Eduardo Blanco Amor en un artículo publicado en 1977 en el diario El País: en Galicia, el caciquismo más que una forma de hacer política es antropología.
Ocurre que nunca había sido tan importante escoger como ahora. Escoger entre caciquismo y democracia, entre barbarie y democracia. No hay nada más.
Manuel Atienza, eximio profesor de Teoría del Derecho, hablaba de que en la sociedad actual nos encontramos genéricamente cuatro tipos de personas: los avispados-desaprensivos, los idiotas, los parias y los cívicos. Leyendo esta clasificación, recordé el panorama de nuestros políticos y no pude por menos que ir clasificándolos mentalmente conforme a tales grupos. La única certeza que tengo es que nosotros, los ciudadanos, somos los parias.
Tal vez sea necesario más democracia y menos sumisión, más sentido crítico y menos autocensura para cuestionarlo todo, para llegar a caricaturizar a Mahoma y el poder. En cualquier lugar, hasta en París.