A veces en la vida necesitamos tomar distancia. Como casi siempre, el día a día nos va devorando, inexorablemente.
Yo hoy veo Ourense a 43 grados desde otra geografía, desde un mundo apartado muchos años. Sin saberlo, ellos y nosotros, vivimos en la misma realidad. Hablamos de repúblicas y de monarquías, hablamos de democracia y hablamos de libertad. Sí, también hablamos de fútbol y de un mundo que cada vez conseguimos comprender menos. Es lo suyo, claro.
Mientras tanto, el tiempo huye, y Felipe de Borbón se va convirtiendo en Felipe VI, también inexorablemente. Como si fuese la solución a nuestros problemas, debatimos sin descanso. Aquí, en Gavilanes, la monarquía, en Ourense, un pregón absurdo y ridículo. Discutir es lo que tiene. Como si solucionase algo hablar de alguien que fue candidato de Ourense y ni tan siquiera llegó a estar empadronada. Pobre, hizo lo que pudo, como Pachi, como Baltar, como Quintana. Nada, exactamente, o casi nada.
Afortunadamente, siempre nos queda la justicia poética, esa que pide condena penal para dos que tocan las campanas en Lobeira por San Juan, y que hace la vista gorda para no procesar a nadie por las preferentes. El colmo.
Pero todos sabemos que la sociedad actual, también la ourensana, es muy comprensiva, y no va a pedir que alcaldes, delegados y demás políticos dimitan porque estén imputados. Faltaría más, eso sería mucho.
Además, como si pedir dignidad o responsabilidad fuese legal. Como decía Shylock, el personaje de Shakespeare, ¿dónde lo pone? Así nos va, pero eso es otra historia.
Como en el callejón del Gato, de Valle-Inclán, la política nos devuelve un reflejo de nosotros mismos deformado y triste. Una metáfora irreverente de lo que no debería ser lo que nos rodea, y de lo que tristemente es.
El caso es no pensar, desde Ourense, desde Gavilanes o desde cualquier lugar.
*Artículo publicado en gallego en La Voz de Galicia el 14 de junio de 2014