El Día de las Letras Gallegas es un día especial. Parece que en ese día nuestra cultura cobra una notoriedad de la que el resto del año está privada. Se le puede echar la culpa a muchos, pero la realidad que se impone es, en este sentido, mucho más sencilla. Se reduce a lo que definía Deleuze como microfascismos. El poder no ayuda, pero nosotros somos en nuestra ámbito personal los que decidimos qué hacer. Y en estas estamos en la cultura gallega.
Roberto Vidal Bolaño es un ejemplo paradigmático de esta situación. Por unas razones u otras, muchos son felices, escritores, profesores, actores, confinándose en el gueto que la enseñanza proporciona, en la perspectiva amateur de la cultura, en un mundo editorial que no tiene ningún interés en vender libros sino, sencillamente, en vivir bien cobrando subvenciones. Para que nada cambie. Instalados en esa plácida crítica sin dientes de la que habla Bauman. Para así, ser cabeza de ratón.
Posiblemente, frente a todos estos enanos, como los definiría Celso Emilio, construye Vidal Bolaño su imaginario. Soñando con ser, como pretendemos algunos, cabeza de león. Puede que ese sea el valor más importante de Vidal Bolaño. Con todas sus limitaciones en lo teatral, en lo artístico, en lo intelectual que se le quieran poner. Fue el dramaturgo santiagués el primero que intentó, por primera vez en la historia de nuestra cultura, crear un teatro profesional.
Y a mí que quiero una cultura para un país, una lengua para un país, me interesa el Vidal Bolaño de su visión crítica y ácida del mundo, de la ironía y el sarcasmo de sus textos, de su vida, que le ayudaba a sobrellevar la miseria moral de políticos, prebostes de la cultura y de la sociedad que sufrió y que ahora sonríen felices en el cumpleaños que le espera a todo escritor gallego postmortem.
Por si acaso, él ya se puso hace mucho tiempo una nariz de payaso, y yo lo escribo en castellano.
La Voz de Galicia – 18 de maio de 2013.